Él se enamoró de sus flores, no de sus raíces

Él la conoció y se enamoró del color de sus ojos, de su mirada, de su hermosa sonrisa, de sus mejillas rosadas, del largo de su cabello, de su forma de peinarlo, se enamoró de su forma de caminar, de su forma de pararse, de sus gestos, de su voz, de su timidez, del extraño pero dulce sonido de su risa, se enamoró de su inocencia, se enamoró de su extraña forma de ver la vida.

Se enamoró de su forma tan distraída de hacer las cosas, de su forma de equivocarse, de su extraña belleza al enojarse, se enamoró de conocerla, de adaptarse a ella y de ir destapándola capa por capa, hasta llegar a su esencia. Se enamoró de descubrirla, como si fuera una búsqueda del tesoro.

Disfrutó de su compañía, de hacer cosas que él nunca haría, pero que hizo porque a ella le encantaban. Él intentó descifrar la extraña forma en que ella veía el mundo. Al principio fue fascinante, él siempre supo que ella estaba un poco loca, y ser parte de sus locuras era encantador, disfrutaba escuchando sus raras ideas sobre la vida, sobre las personas, sobre todo, ella siempre tenía una opinión diferente, un punto de vista retorcidamente interesante para todo.

Él disfrutaba de observarla cuando ella no lo notaba, era su pasatiempo favorito, verla con sus extrañas manías.

Ella era extrañamente hermosa, no era como ninguna otra, ni física, ni emocional, ni mentalmente. Con el tiempo él se dio cuenta de lo difícil que era comprenderla, con el tiempo él empezó a desear a una persona más normal.

No me malinterpretes, él estaba profundamente enamorado de ella. Pero para su desgracia y por circunstancias de la vida, él jamás aprendió a enfrentar los problemas, siempre buscaba un escape.

Así que después de pasar mucho tiempo quitando capas, casi logró llegar al fondo, pero no pudo, ya que en una de las capas más profundas descubrió los demonios que habitaban dentro de la extraña chica, conoció sus miedos, conoció sus complejos, conoció su pasado; entendió mucho sobre porqué ella se comportaba y pensaba así.

Entonces empezaron los problemas, pues lo que comenzó como un juego inocente y entretenido, dejo de serlo. Y cuando ella necesitaba apoyo, comprensión, justo cuando ella necesitaba sentirse segura, él no supo qué hacer. Ya no quería quitar más capas. Temía sobre que pudiera descubrir. La búsqueda del tesoro dejo de ser atractiva para él, perdió su encanto, perdió su gracia. Se tornó oscura y él tenía nictofobia.

Ya no era sólo belleza, ya no sólo era felicidad. Ella se mostró tal y como era, dejó que él viera sus fortalezas, sus debilidades, sus virtudes, todo lo que la hacía ser quien era, no todo era muy agradable. Y él simplemente no supo qué hacer con eso.

Así que huyó, así como lo había hecho ante cualquier dificultad. Él siempre supo que ella no era su tipo de chica, pero aun así lo intentó. Todo parecía fascinante, hasta que dejó de serlo.

Él se enamoró de sus flores, no de sus raíces y en otoño no supo qué hacer.

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