Querido yo, perdón por hacerte tanto daño

Querido yo, perdón por hacerte tanto daño. Ahora que estás frente al espejo y que tengo el valor de mirarte a la cara, quiero que me escuches atentamente. Tengo tanto que decirte, tanto por lo que lamentarme, que no puedo seguir viviendo haciendo como si no pasara nada. No es justo.

Más de una vez he intentado mantener esta conversación contigo, pero no estaba preparada. El miedo, la decepción y el sufrimiento por afrontar todo lo que te he hecho en estos años se agarraban a mi garganta y me impedían expresar cualquier palabra… Prefería hacer como si no pasara nada, de hecho llegué a creérmelo.

¿Sabes? A veces, creemos estar preparados, pensamos que somos fuertes y que podemos con todo, pero también nos engañamos. Y eso es lo que me pasaba: caminaba con una venda sobre mis ojos…

En este momento, puedo mirarte a la cara y reconocerte en el espejo. Ya no huyo de ti ni de mis complejos. Ya no eres invisible para mí. Te veo, me veo, nos veo. Nos acepto.

Este reencuentro, este redescubrimiento, me ha hecho muy feliz, pero aún siento una espinita clavada que no me deja disfrutar por completo de ti. Porque ¿qué es una reconciliación sin un lo siento? Por eso, con la intención de fortalecer este vínculo, te he escrito esta carta.

Perdóname por tanta incomprensión

Querido yo, perdón por hacerte tanto daño. Por olvidarme de ti, por ponerte en un segundo plano, incluso por renegar de ti y disfrazarte de quien no eras. Por camuflarte, por ponerte máscaras…

Lo sé. Avergonzarme de ti te ha hecho mucho daño. El sentimiento de rechazo es una de las heridas emocionales más profundas que podemos experimentar. Te he negado y con ello me he negado a mi. Ocultar quienes somos es una de las peores traiciones que podemos hacernos. Es volvernos invisibles a nosotros mismos. ¡Y cómo duele!

No dejo de dar vueltas a lo mal que pensaba de ti, de mí, de nosotros. El desprecio que nos tenía. No había nada que hicieras bien. Recuerdo como te encerraba a preguntas para culpabilizarte y dejarte apenas sin defensas. Me daba igual si se trataba del físico, la personalidad o un comportamiento puntual, apenas podía soportarte. En esos momento creía que no tenías nada que ofrecerme, nada que pudiese valorar…

Querido yo, perdón por exigirte, por latigarte con palabras destructivas y criticar todo aquello que no cumplía con mis expectativas. Sé que cuando conversaba contigo apenas tenía delicadeza y que cuando esperabas un gesto de cariño, te contestaba con frialdad. Perdóname. En lugar de abrazarte, me distanciaba y eso generaba una espiral cada vez más profunda de malestar.

Son tantos los días que te olvidé; tantas las veces que te silenciaba, aunque me pidieras ayuda por dentro… Lo siento. Me cerré a ti, a mi, a nosotros hasta que no pude más, hasta que mi pecho estalló de la presión que sentía y mi ánimo no recordaba cómo era eso de sentirse bien, tranquila y feliz. Me derrumbé.

Y aunque no le deseo esa situación a nadie, gracias a mi naufragio descubrí que aún existías, que estabas ahí, esperando a que en algún momento volviera mis ojos hacia ti. Una vez más, perdón por hacerte tanto daño.

Te propongo un trato

A partir de ahora quiero que este vínculo que tenemos sea diferente. Quiero protegerte. Por ello, te propongo un trato: apostemos por nosotros. Yo por ti y tú por mí. Seamos uno, en lugar del falso héroe y el verdugo. Seamos cómplices.

Prometo escucharte, aunque a veces me duela. Sé que tienes cosas importantes que decirme. Ahora no voy a arrebatarte la voz, todo lo contrario. Si está en mi mano, haré que te expreses más fuerte. Quiero conocerte, redescubrirte, conocer cada detalle de ti: lo que te gusta y lo que no, lo que se te da bien y lo que tienes pendiente… Todo.

No te aseguro que no te haga daño, eso es imposible. Todos cometemos errores, pero lo que sí te digo es que no haré nada con mala intención y que pensaré en nosotros. En nuestra felicidad, en ser quienes somos. Porque tras probar mil disfraces me he dado cuenta que si no es contigo no es con nadie. He saboreado el precio de la traición y puedo decirte que es una de las peores experiencias que he tenido.

Te respetaré y cuando te sientas mal, empatizaré contigo. Me pondré en tu lugar, en todo lo que has vivido, trataré de comprenderte. En lugar de culpabilizarte, de indagar en los porqués, indagaré en tus para qués. Porque solo así podré entender qué te sucede, qué te remueve y qué te preocupa.

Abrazaré tus miedos y tus heridas. Todo lo vivido me ha enseñado que no se avanza si no se dialoga, se escucha y se comprende. Luchar desde la rabia y el odio tan solo me separa de ti y me hunde en el desasogiedo, la tristeza y el dolor. Y no quiero eso ni para ti, ni para mí.

Sé que la vida es dura y que habrá momentos de tensión y fracaso, instantes en los que nos gustaría no continuar o cambiar de sendero, pero déjame recorrerlos a tu lado. Sé que te he hecho daño, que te he desilusionado, pero vamos a intentarlo.

Quiero construir contigo puentes hacia el bienestar y la aceptación. Quiero que seamos uno en vez de dos, quiero que este vínculo crezca y nos llene de paz y amor. Quiero volver a cogerte de la mano para no soltarte esta vez.

Qué me dices, ¿aceptas el trato?

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