Era marzo del 2020 cuando todos se enfermaron y después de un rato cerraron todo, el mundo quedó en cuarentena obligada, los abuelos, las familias, los jóvenes; entonces el miedo se hizo real y todos los días parecían iguales.
La naturaleza no lo sabía y pese a estar lastimada no se detenía, ella muchas veces avisó, exigió y nadie la valoró, ella misma nos dio una lección.
Hubo quien aprendió un nuevo idioma, hubo quien aprendió a no estar separado de la vida, el placer de comer juntos en familia fue descubierto, hubo quien cerró la oficina y abrió un espacio en casa y trabajar poco menos.
Hubo quien se aisló de su familia y dejó a su pareja para gritar al mundo el amor que siente por su mejor amigo o por su compañero de trabajo.
Hubo quien se convirtió en médico para ayuda a cualquiera que lo necesitara mañana.
Fue el año en el que se entendió la importancia de la salud y los afectos, el lapso en el que el mundo pareció pararse y la economía desplomarse, pero la primavera no lo sabía y las flores dieron paso a los frutos, los arboles florecieron de muchos colores y con ello la esperanza de ser liberados de esta pandemia.
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