Una joven pareja entró en el mejor negocio de juguetes de la ciudad.
El marido y la esposa miraron con mucha atención los juguetes que estaban expuestos en los escaparates o colgados al techo o en desorden sobre los bancos o por tierra.
Había muchas muñecas que lloraban y reían al moverlas, juguetes eléctricos, cocinillas que hasta se calentaban para cocinar tortas y pizzas.
No se decidían sin embargo a elegir. Se le acercó una simpática dependiente de mostrador.
«Mire» le explicó la esposa, «nosotros tenemos una niña muy pequeña, pero estamos fuera de casa todo el día y a menudo también de noche».
«Es una niña que sonríe poco, añadió el marido». «Querríamos comprarle algo que la haga feliz» prosiguió la esposa, «feliz también cuando nosotros no estamos con ella… Algo que le dé alegría cuando está sola. «
«Lo lamento» contestó amablemente la empleada, «pero nosotros no vendemos padres».
Muchos padres, ansiosos de dar lo mejor a sus hijos, les hacen faltar lo que más vale: su presencia, su compañía y su interés por lo que a los hijos les interesa.
Nunca aquella niña podrá sonreír por cuantos juguetes les van a regalar sus padres siempre ausentes y ocupados en otros asuntos que no son ella misma.